Es tiempo de escribir un poquito aunque no tenga la más peregrina idea de qué poner.
Necesito hacer ejercicio. bueno ya está, al menos ya se me vino una idea a la mente. Ejercitarme es una de esas actividades cuya sola idea me da escalofríos y ganas de hacer cualquier otra cosa más gratificante como....lavar platos?
Decía que hacer ejercicio no me inspira el más mínimo deseo de empezar, pero una vez que por alguna milagrosa razón lo hago, me siento maravillosamente bien, hasta dentro de algunos meses en adelante en que me decido a repetir la experiencia. Pero la pregunta es: ¿Por qué postergo tanto el ejercicio?
Me siento como cuando te dicen -tómate esta pastilla que te va a hacer sentir mejor- y cuando uno se la toma, la desdichada tableta es diminuta y sabe a rayos, o es monumental y de plano no puedo tragarla. La cuestión es que lo veo como algo no natural en mi actuar, sino una especie de obligación, que no asocio de manera contundente con el placer.
He ahí el meollo del asunto.
Ahora bien, me imagino que también podría sentirme algo más inspirada y de paso comprometida a realizar ejercicio con constancia si me inscribiera en clases de baile o de yoga. Pero cuando lo pienso, siempre encuentro mil pretextos para no hacerlo, la falta de dinero y tiempo, como las dos principales y no necesariamente imaginarias.
Ahora que, profundizando más en el asunto, creo que el origen de todo esto es la falta de confianza que siento y la poca atención que pongo en las capacidades de mi cuerpo.
Desde que tengo memoria me he sentido asustada de lastimarme y siempre ha prevalecido más en mí el uso de la mente sobre la actividad física. Yo soy la más feliz echada horas leyendo un libro, con la mente activa volando en mil direcciones, imaginando, creando, reflexionando y digiriendo información, pero si me arrojas una pelota, lo más probable es que me cubra el cuerpo con las manos y la evada absolutamente.
Aunque no considero necesario para mi supervivencia ni para mi felicidad el tener habilidades atléticas (gracias al cielo o estaría perdida) sí siento cada vez con mayor fuerza, que necesito prestar más atención a mi cuerpo, darle más actividad de manera consciente y amorosa.
Estar más atenta y agradecerle con más frecuencia, todo aquellas maravillas que hace(mos) a cada instante.
Al fin y al cabo, éste cuerpo, al que en verdad me gusta mucho ver y sentir, parió a mi hijo, algo que me parecía un sueño lejano y lo hizo, lo hicimos a pesar de nuestros temores, de la atención médica y del hospital en que estuvimos.
Cobijé a mi hijo durante 9 meses, lo alimenté, lo acuné, lo amamanto y aún hoy puedo recordar con enorme satisfacción, agradecimiento y felicidad cuando mi hijo se deslizó desde mi interior al mundo exterior, como la más deliciosa sensación que he experimentado en mi cuerpo.
Así que, en agradecimiento a mi piel, a todo ese maravilloso conjunto de tejidos, órganos, células y energía divina que habito, comenzaré a amarlo como debe ser a través del movimiento y la atención a sus mensajes.
Échenme porras!
Necesito hacer ejercicio. bueno ya está, al menos ya se me vino una idea a la mente. Ejercitarme es una de esas actividades cuya sola idea me da escalofríos y ganas de hacer cualquier otra cosa más gratificante como....lavar platos?
Decía que hacer ejercicio no me inspira el más mínimo deseo de empezar, pero una vez que por alguna milagrosa razón lo hago, me siento maravillosamente bien, hasta dentro de algunos meses en adelante en que me decido a repetir la experiencia. Pero la pregunta es: ¿Por qué postergo tanto el ejercicio?
Me siento como cuando te dicen -tómate esta pastilla que te va a hacer sentir mejor- y cuando uno se la toma, la desdichada tableta es diminuta y sabe a rayos, o es monumental y de plano no puedo tragarla. La cuestión es que lo veo como algo no natural en mi actuar, sino una especie de obligación, que no asocio de manera contundente con el placer.
He ahí el meollo del asunto.
Ahora bien, me imagino que también podría sentirme algo más inspirada y de paso comprometida a realizar ejercicio con constancia si me inscribiera en clases de baile o de yoga. Pero cuando lo pienso, siempre encuentro mil pretextos para no hacerlo, la falta de dinero y tiempo, como las dos principales y no necesariamente imaginarias.
Ahora que, profundizando más en el asunto, creo que el origen de todo esto es la falta de confianza que siento y la poca atención que pongo en las capacidades de mi cuerpo.
Desde que tengo memoria me he sentido asustada de lastimarme y siempre ha prevalecido más en mí el uso de la mente sobre la actividad física. Yo soy la más feliz echada horas leyendo un libro, con la mente activa volando en mil direcciones, imaginando, creando, reflexionando y digiriendo información, pero si me arrojas una pelota, lo más probable es que me cubra el cuerpo con las manos y la evada absolutamente.
Aunque no considero necesario para mi supervivencia ni para mi felicidad el tener habilidades atléticas (gracias al cielo o estaría perdida) sí siento cada vez con mayor fuerza, que necesito prestar más atención a mi cuerpo, darle más actividad de manera consciente y amorosa.
Estar más atenta y agradecerle con más frecuencia, todo aquellas maravillas que hace(mos) a cada instante.
Al fin y al cabo, éste cuerpo, al que en verdad me gusta mucho ver y sentir, parió a mi hijo, algo que me parecía un sueño lejano y lo hizo, lo hicimos a pesar de nuestros temores, de la atención médica y del hospital en que estuvimos.
Cobijé a mi hijo durante 9 meses, lo alimenté, lo acuné, lo amamanto y aún hoy puedo recordar con enorme satisfacción, agradecimiento y felicidad cuando mi hijo se deslizó desde mi interior al mundo exterior, como la más deliciosa sensación que he experimentado en mi cuerpo.
Así que, en agradecimiento a mi piel, a todo ese maravilloso conjunto de tejidos, órganos, células y energía divina que habito, comenzaré a amarlo como debe ser a través del movimiento y la atención a sus mensajes.